Cuento lo que sucedió el verano pasado en la aldea, con mi sobrino A y su amigo D. Yo les conté un cuento de miedo. Les hablé de la Santa Compaña, de noche, estando ya en la cama, a punto de dormir. ¿Por qué lo hice? Por gusto. A ellos les gustan esas historias. A me lo pidió. Yo le puse ganas, teatro, tono. Y surtió efecto. El amigo de A, cuando terminé la historia, quiso que todas las ventanas estuvieran bien cerradas. Y la de la habitación en la que iban a dormir, ¡cerrada del todo! Que no quedara ni una rendija, no fuera a ser que la Santa Compaña se colara por ahí, por esos huecos para ventilar de las Velux. ¿Te imaginas? Que la hilera de hombres de la Santa Compaña se colara por ahí, por esas rendijas, hasta la habitación donde duermen los niños...
Es fascinante descubrir el miedo en un niño, hacerlo surgir, ver que se lo cree. Y las risas que no pudieron evitar.
Otro día de ese mismo verano A me pidió ir de noche a ver una piedra, con la serpiente alada, por la carretera sin luces. No pude negarme, pero a mitad de camino quise que nos diéramos la vuelta. Tenía miedo yo, de que saliera algún perro de las casas. Nos volvimos y nos comimos las galletas que llevábamos en la mochila, en la playa, oyendo el mar, totalmente a oscuras, en una noche preciosa. ¿No es maravilloso?
Gustoume moito.
ResponderEliminarClaro que é maravilloso
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