-¡Jamás
se ha visto nada igual! Esto no debería verlo nadie, ¡jamás! Su exhibición
sería un verdadero escándalo. Nadie puede verlo.
En
las calles de París reina el Segundo Imperio. Napoleón III tiene bigote y una
perilla bien poblada. Viste con uniforme o levita oscura, aparece retratado siempre
correcto y elegante. En esos días, un muchacho toca el pífano. Su figura es
perfecta, clásica, equilibrada. Pero no por ello ha sido aceptado en un salón. Los
jueces del arte son más bien conservadores, no toleran muchos atrevimientos, y
¡qué es eso de que detrás del muchacho no haya un fondo! ¡Cómo si el artista
tuviera tanta libertad!
También
en esos días se inaugura un nuevo mercado, unas nuevas avenidas. Todo está
alineado, recto, perfectamente organizado. Todo es nuevo, pero no demasiado. Y,
de repente, hay un rumor que se expande por todas partes. Parece que un lienzo
contiene un desnudo… diferente. Corre la voz de que Courbet ha pintado algo,
algo que no debería verse, ni siquiera pronunciarse. En el fondo, no es nada
más que una tela sobre la que se acumulan unos trazos de diferentes colores,
pero su realismo es intolerable, podría ser un peligro.
-
¡Imagínense eso visto por un niño, por un muchacho joven! Sería una
provocación, sin duda.
El
encuadre es atrevido, el ojo del espectador se sumerge en una imagen demasiado
veraz. La perspectiva lleva a un lugar imposible de ver en calma. Los nervios
de los críticos se encrespan. Dicen que no es una gran escena, no hay héroes,
mitos, heroínas bíblicas, sueños. Pero ¿qué es eso de mostrar la carne sin una
explicación? ¿Dónde queda el romanticismo?, ¿el misterio? Delacroix lo ha dicho
muy bien: Courbet malgasta su talento, el tema no es elevado. Vamos a ver, ¿qué
representa eso realmente?
Parece
que el origen de la tela está en un encargo de un diplomático. Un viejecito
simpático que colecciona estampas subidas de tono. Un inconsciente. Menos mal
que, después, cuando el lienzo se descubre tras una subasta, alguien lo tapa
con una tela y lo arrincona, llevándolo al fondo del almacén. Por suerte, por
lo menos, no lo quema.
-¡Tapadlo!,
que no lo vea nadie.
-Yo
me lo llevaré a mi casa de campo, no me gustaría que alguien lo descubriera en
mi salón.
Pasa
el tiempo, el lienzo triunfa, se exhibe en una sala de un museo. La gente lo
mira asombrada. Eso sí, siempre hay alguien vigilando.
-Mamá,
¿qué es eso?
-Eso,
mi amor, es el origen de todo. Ahí están guardados todos los niños del mundo.
-
¿Ahí caben los niños? ¿Y por dónde salen?
-Pues,
los niños entran por esa pequeña puerta cuando son algo muy, muy pequeñito.
Duermen en esa barriga y, cuando ya están preparados para la vida, salen
también por ese pequeño lugar.
-
¿Ahí estuve yo?
-Tú,
yo, todos nosotros. Y ahí se guardarán los hijos de tus hijos. Sólo hace falta introducir
una pequeña llave. Pero bueno, eso no sólo sirve para guardar a los niños antes
de nacer, también puede … pero mejor eso otro día te lo cuento.
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