El
detective Madison tiene un nuevo encargo. Un hombre quiere localizar, saber dónde
está, a un sobrino, el único hijo de su única hermana. El cliente facilita al
investigador un único dato de su sobrino: vive en la calle Sarasate, en
Barcelona. O vivía. Lo sabe porque las últimas cartas que recibió de su hermana
llevaban esa dirección bajo el nombre del remitente. Luego, los hermanos se
enfadaron y dejaron de hablarse, ni siquiera, por carta, como hacían desde
hacía años. De esto hace una eternidad.
¡Cómo
se arrepiente ahora! Sabe que su hermana ya no vive, se enteró de su muerte casi
sin querer. En una conversación trivial alguien lo dijo sin saber la tristeza
que esa noticia iba a provocar. Fue como una patada. Se dio cuenta de cuánto
había perdido al comprender que ya nunca sería posible un reencuentro. Se hizo
demasiado tarde para lamentos. No es con ella con quien puede volver a hablar. No
puede cambiar lo que pasó, pero con su sobrino puede ser diferente. Aunque debe
darse prisa en encontrarlo porque a él no le queda ya tampoco mucho tiempo.
El
cliente no tiene hijos pero sí un buen patrimonio. No tiene descendientes, no
tiene quién le herede. De su apellido no quedará nadie, salvo su sobrino. Quiere
saber cómo es ese hombre, qué hace, a qué se dedica, si tiene familia. Quiere
saber si es merecedor de todo lo que el cliente dejará a su muerte. Quisiera
imaginarlo como un hombre de bien. Carlos, su sobrino, fue lo que antes se
llamaba un hijo de soltera, por eso lleva el apellido de su madre, Borrazás.
Por eso, tío y sobrino se llaman igual, Carlos Borrazás. Su hermana no se casó,
simplemente tuvo un hijo y se fue de la casa familiar. Ésa precisamente fue una
de las razones de la pérdida de contacto con su familia. En aquellos años, la
vergüenza pudo con todo.
-Entonces,
Carlos Borrazás, ésa es la persona a buscar, concluye Madison
-Sí,
Carlos Borrazás, como yo
-En
la calle Sarasate, en Barcelona
-Sí,
Sarasate, 20, 4º Izquierda, para más señas
-No parece difícil.
Acepto el trabajo. En unos días tendrá noticias mías.
Como
Madison siempre va al grano, al día siguiente coge el puente aéreo Madrid
Barcelona. Cuando llega a su destino, simplemente dice al taxista: Sarasate,
20. Y cuando el hombre arranca, simplemente le pregunta: ¿de casualidad conoce
usted a un tal Carlos Borrazás?
-No
me suena, la verdad. Barcelona es muy grande, señor. Viven aquí más de un
millón de personas.
En
el cuarto izquierda no abren la puerta. Madison, cansado del vuelo, decide
meterse en un bar y beber algo. Sin pensar mucho, se mete en el primero que
encuentra, en esa misma calle.
Noche.
Interior. Local con un escenario a media luz. Mesas, gente bebiendo, fumando,
riendo. Una figura sale tras de una cortina. Viste un precioso vestido de
terciopelo negro, con tirantes finos que dejan ver unos brazos delgados, algo
musculados. Puede disfrutarse de la visión de un cuerpo esbelto, bien formado. El
cuello y los hombros están ocultos bajo una estola de plumas. El rostro está
también oculto bajo una redecilla no muy tupida. El pelo recogido hacia atrás, corto,
se encrespa un poco en la zona de la nuca. Unos zapatos de tacón también negros
lucen en unas piernas fabulosas, bien visibles al sentarse en un taburete.
La
figura comienza a bailar, se mueve maravillosamente bien. ¡Qué movimientos de
cadera!, giros lentos, suaves, con unas manos delicadas moviendo sus dedos
perfectamente al compás de la melodía. La figura de negro va perdiendo prendas,
como si fuera un juego. De repente, hacia el final del espectáculo, el público
murmura. Pero… ¡si es un hombre! Y es que el número acaba con un desnudo
integral.
-¿Es
usted Carlos Borrazás?
-Sí.
Vivía con mi madre sí, aquí en la calle Sarasate, pero no en el número 20, 4º
izquierda. Vivíamos aquí mismo, en el cuarto de atrás del local. No recuerdo
nada de un tío. Mi madre no sabía nada de su familia desde hacía siglos. Tuvo
un hijo sin casarse y se fue de casa de sus padres, sin más. Yo era todo lo que
ella tenía. La cuidé hasta el último de sus días. Trabajo aquí, soy el
decorador, soy también mi propio estilista, modisto y peluquero. Tengo mi
número especial. Soy el artista principal. Toda Barcelona viene aquí para
verme. Pero no se equivoque. Soy ordenado, disciplinado y cumplidor. Formal
como el que más. Un hombre como debe ser. Me visto por los pies, aunque sea un
vestido de terciopelo negro. ¿Qué quiere usted de mí?
-Creo
que usted es el único heredero de su tío, y su tío quiere saber de su vida,
quiere saber si usted es merecedor de su fortuna, de heredar su nombre.
-Pues
cuéntele lo que acaba de ver, y explore su gesto. Y luego, después, cuando mi
tío tome una decisión, dígale ¡Es todo mentira!
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