El disgusto fue mayúsculo. Hudini, el gato de la abuela, lo había hecho otra vez. El tío félix y yo fuimos a buscarlo a la casa del general chopengüaher. Esta vez fuimos armados. El ama de llaves, una mujer bizca, nos dejó pasar sin moverse de la puerta y con una ceja levantada.
Hudini era la viva imagen de un marqués en el sofá de piel . Frente a él una pajarera con colibríes, jilgueros y la última adquisición del general: dos cacatúas.
Un loro de plumaje colorido y divertido les enseñaba español, mientras Hudini se relamía con los ojos. Interrumpió la clase para dirigirse a mí y al tío Félix.
- Ustedes dos salgan de mi vista si no, si no -dijo el loro dejando la amenaza temblando en el aire.
- Oscar -me dijo el tío Félix- dispare y empiece por el loro, que es el bufón del general, ¡un descarado!, yo le secundaré ¿a qué espera?
Hudini se puso de pie y se pegó al cristal de la pajarera mientras estiraba sus patas y brazos como si fueran de plastilina, intentando protegerla a toda costa.
- No se les ocurra- gritó Hudini- ¡fuera, fuera, fueraaaa rufianes!
- Hudini, ¿ cómo te atreves, insolente?¡ quítate del medio!- vociferó el tío Félix con postillas en sus rodillas.
El rifirrafeno acabó de un plumazo con la entrada del general acompañado por la abuela, que nos cogió al tío Félix y a mí por las orejas. Hudini ronroneaba a paso ligero por si acaso.
Sonrisas mil
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