Pasé mi infancia con un pez color plátano y su palmera verde estridente. Mi único pasatiempo era mirar al pez girar y girar. Cuando este entendió que no tenia escapatoria se rindió. Nos arrojaron juntos, al pez muerto y a mí, por el váter y desembocamos en el mar. El pez fue devorado por otro más grande. Yo continué mi existencia en el lecho del fondo abisal. No sé cuanto tiempo viví en esa oscuridad aterrorizado por peces mostruosos con ojos fosforescentes. Las corrientes abisales tallaron mi figura, de mineral insípido a poliedro irregular. Por suerte el mar, un día de alerta roja con mareas muy vivas, me expulsó de la oscuridad abisal a una pequeña cala. Alli viví mecido por las olas y cantos rodados que me rozaban con intenciones amorosas.
En mi madurez una madre, permisiva, dejó a su hija que me llevara en su cubo de playa. La niña me olvidó en una caja de cachivaches y me hice mayor.
Pasaron años y la niña, con veinte años, me rescató de la caja y me llevó a su clase de geología. Su profesor me examinó. Después en su taller me pulió.
Ahora disfruto de mi jubilación detrás de un escaparate blindado de una joyería importante. Mi nombre es diamante con letras mayúsculas.
Sonrisas mi.
Nolis
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