Deberes (de vida)
En la sesión de ayer, el doctor me
puso deberes. Consideró que, si lo que realmente me preocupa, me obsesiona,
hasta el punto de impedir que siga adelante, es algo sucedido en el pasado, que
no sé encontrar, debería afrontarlo, y que si tengo cuentas pendientes, debería
abrir esos cuadernos que tengo guardados en casa. “Bien, retoma tus diarios,
léelos, y tráeme un resumen”, me dijo.
Pero hoy no he podido. De verdad,
no. Y, además, creo que no sería sincera, aún no. En un resumen rápido todo
estaría mezclado, el hoy, lo que pasó ayer, hace un año, hace veinte, hace
treinta.
También pensé, mejor mentirle y
fabular, imaginar lo que me gustaría haber sido y quizá fui, o no. Podría
partir de datos ciertos, que no tengo que buscar en un cuaderno, y a partir de
ahí hacer mi propia película. Pero, eso sí, empezaría diciéndole: ojo, puede
que lo que diga no sea exacto, no sea exactamente lo que sucedió. Pero si no
pasó, debería haber pasado.
Todo lo que encierran esos diarios
es tan bonito. Y lo es porque fue así. Es tu vida, el material que tienes para
construir la historia, la historia de tus padres, de los niños de la escuela,
de las abuelas, de la calle, de la aldea, de tus profesoras, del colegio, de
los viajes, los amores, las risas … No puedo hacerlo así, por obligación. Hay
que saborearlo, disfrutar de esa nostalgia.
Bueno, acabo de intentarlo. He
abierto el primer cuaderno. Pero no puedo hacerlo, el resumen que me pidió. ¡No
entiendo la letra! La mía, la de entonces. Y a veces no sé bien a quien me
refiero cuando hablo de alguien. El resumen no estará listo para la próxima sesión.
Sólo puedo decirle que necesito más tiempo. Los deberes, la tarea que me puso
es muy bonita, como para cumplirla así, rápido, un aquí te pillo aquí te mato.
Mejor morirme en ella, dulce y lentamente.
Segunda
parte
La paciente relata la difícil
relación con su madre, lo expresa de forma estereotipada, llena de tópicos
psicológicos.
-¿Por qué crees que la relación con tu madre era difícil?
-Bueno, así lo siento, ahora que mi
madre lleva muerta muchos años, pienso que yo no la he querido como debería
hacerlo cualquier hija.
-¿Cómo crees que debería quererse a una madre?
-Incondicionalmente. Igual que una madre a su hijo.
-Pero, ¿cómo en concreto? ¿qué gestos
son muestra de un amor incondicional?
-No lo sé. Ayer me vino a la cabeza
un recuerdo. A mi madre le encantaba comprar flores frescas. La veo ir con
ellas en la mano, caminando hacia casa, llegar, colocarlas en un jarrón,
separarse, y mirarlas, lo bien que quedaban. Y tengo el recuerdo de un día,
verla venir hacia mí, en la calle en la que vivíamos, yo esperándola en el
portal de casa, ella viniendo con las bolsas de la compra, y un ramo en el
brazo. Y no sé por qué, pero recuerdo que, entonces, se me dio por pensar que,
alguien, podía habérselas regalado. Y no sé tampoco por qué, pero, de repente,
entonces, tuve miedo, miedo de que se las hubiera regalado un hombre, otro, no
mi padre. Y verla aparecer por la esquina, en la calle, verla entrar en casa, con
las bolsas, las flores, y que ella se quedara allí, fue un alivio. En mi mente
de niña, el que mi madre se fuera y no volviera era… aterrador!
-Recuerdo otro día en el que la
profe Elena nos había mandado llevar a clase de manualidades cajas de cerillas,
sin explicar el motivo, el para qué. Se lo dije a mi madre al llegar a casa. No
me las compró, y no las llevé a clase. Mi madre se negó a gastar dinero en unas
cajas de cerillas, dijo que ya tenía un mechero en la cocina. Yo, sin mala
intención, así se lo dije a la profe, y ella, muy enfadada, cogió y bajó a la
calle, y compró las cajas de cerillas, para mí, para que yo hiciera la tarea
como los otros niños, a los que sí les habían comprado las cerillas. Hicimos
con ellas un puzzle, lo recuerdo perfectamente, utilizando el dibujo, la
columna chistosa, de una pareja que salía en la revista Lecturas, o Semana, no
sé bien. Creo que la señorita Elena me quería mucho.
-Descubriste así que tu profesora
te quería. Y como tu madre no te compró las cerillas para llevar a clase,
llegas a la conclusión contraria: no te quería.
-Puede ser. De todos modos, mi
madre era poco pedagógica, que se diría hoy. Nos apuntó, a mi hermana y a mí, a
una asociación que había en nuestra calle, que organizaba actividades, cursos,
y no nos llevó ni una sola vez, a ninguno. Ella era así, un poco caótica.
-Y en cuanto a las flores, a la
posibilidad de un regalo de otro hombre, de un amante, tu madre, ¿los tuvo?
-¡Buf! creo que no.
-¿Por qué dices que no?
-Bueno, me resulta difícil imaginar
a mi madre en un encuentro clandestino, la verdad.
-Piensa en ello. Piensa en por qué
se te ocurrió que las flores fueran en realidad un regalo.
-Creo que mi madre era feliz cuando
tenía flores frescas en casa, nunca pensé que tuvieran otro significado, más
allá de la pura belleza, de adornar tu lugar favorito, del placer de mirar para
ellas, sentada desde tu sala, haciendo otras cosas. No creo que las flores
vayan más allá. No hay historia detrás.
-Pero, entonces, y ¿ese miedo al
abandono?
-Sí, ese miedo me sorprende. Tengo
que darle vueltas.
-He pensado en lo que me dijo, y,
salvo ese día de las flores, no recuerdo haber sentido nunca ese miedo, a que
mi madre se fuera. Creo que nunca sentí lo que llamó miedo al abandono. Más
bien al contrario, cuando crecí, tuve unas enormes ganas de irme yo de casa. Y
lo conseguí, me fui, primero a los 17, a estudiar fuera, y luego a los 23, a
trabajar, y tardé muchos años en volver a ver a mi madre con frecuencia, a
convivir con ella. Querer irse no fue un deseo frustrado, que me haya dejado un
trauma, creo. Y creo que tampoco nunca hubo ningún intento serio de separación
entre mis padres, que ninguno de ellos fuera a dejar nuestra casa. Aunque no se
llevaban bien, cuando mi padre murió, de repente, mi madre lloró, amargamente.
Y no era una mujer muy sentimental. No lloró cuando murió su madre. No, si hubo
un abandono, fue el mío. Yo me fui, a vivir, y viví mucho, intensamente, fuera
de casa, y no me arrepiento, a ciertas edades tienes que crecer y dejar el nido.
-Debo decirle que el otro día, al
salir de la consulta pasé delante de una floristería, pero no me detuve a
comprar. No me gusta comprar flores, prefiero cogerlas yo, cuando paseo. Pero
vi a un hombre comprándolas, un ramo precioso, y lo vi sonreír, y me pareció
que era feliz y que estaba ilusionado, con su ramo. Se fue por la acera, no sé
si hacia su casa, o hacia otro lugar, no sé si para encontrarse con alguien.
Sólo sé que quien lleva flores es porque quiere, porque quiere a las personas,
a aquéllos con los que va a encontrarse, para quien las compra. Y mi madre las
traía a nuestra casa. Pensar eso me llena hoy de una alegría inmensa. Aunque no
sé si soy capaz de expresar bien todo lo que eso supone para mí, hoy. Hoy soy
más feliz con el recuerdo. ¿Me entiende?
-Perfectamente.
María Vázquez
Leído. Me gusta. Está muy bien. Si aplicas las pautas de escritura que nos entregó Víctor, quitaría en en final de la primera parte la expresión aquí te pillo, aquí te mato. Ahora sí me enteré de la importancia del título y del contenido del relato. Sonrisas mil.
ResponderEliminarMe gusta mucho como escribes. Se lee muy fácil, los diálogos resultan sinceros. Hilas frases complejas y te queda bien.
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