jueves, 22 de febrero de 2024

 

EL SONIDO DE LAS TIJERAS

El detective Madison tiene un encargo. Ha recibido de un cliente un trabajo. El padre de este cliente ha perdido la memoria, la capacidad de recordar. Conserva el oído, la vista, el tacto, el olfato, pero no recuerda nada de lo visto o sentido en el pasado, nada de lo vivido. Cuando intenta responder a una pregunta sobre su pasado, comienza la frase y se detiene, se queda parado, no recuerda lo que iba a decir.

Este hombre no recuerda sus recuerdos, no sabe, no encuentra la llave que abre las memorias de su vida.

El cliente quiere que su padre recuerde. Quiere, más que nada, que recuerde, en concreto, lo mucho que este hombre quiso, pues siempre fue un hombre cariñoso y amable, muy afectuoso.

Para hacerle recordar, el detective Madison tiene que investigar quienes fueron aquéllos a los que este hombre quiso más. Así Madison hace una lista de posibles amores. Empieza por los lazos de sangre. Aparecen el padre, la madre, el hijo, hija, abuelo, abuela. Madison va desplegando sobre la mesa de su oficina un auténtico árbol genealógico. Después, añade amigos, compañeros de trabajo, maestros, novias, o novios, su mujer, o sus amantes. El árbol se convierte en un bosque. Cada persona querida es como una rama, de donde nacen las hojas, los encuentros, ramas con hojas que brotan, permanecen y, con el tiempo, quizá, caen al suelo o, lo que es parecido, en el olvido.

En la oficina, el detective Madison pone música para concentrarse. Hoy suena Adele. El detective lleva casi una hora fijando su estrategia de trabajo, decidiendo por donde comenzar su investigación. Una vez descubiertas las ramas de los amores de este hombre, Madison buscará esa llave que pueda abrir la caja de su recuerdo. No será fácil, pues con esa clave, que no sabe todavía cuál es ni cómo llegar a descubrirla, tiene que conseguir hacer volver todo un mundo de emociones.  

Adele sigue cantando. La voz es magnífica, las letras, fabulosas. La mujer que canta se siente abandonada, y ese sentimiento la inspira. Canta como si llorara al público. Se lamenta continuamente, porque, por lo que parece, la han dejado. La vida es así, el amor se va, cierra la puerta y se va, y tú ahí te quedas. Sólo una canción tiene un tono amable, del tono del amor que vuelve, sí, del amor que vuelve siempre, al que siempre se vuelve, a pesar de todo y contradictoriamente.

Madison no es hombre de perder el tiempo, siempre va directo al grano. Decide de un plumazo por donde va a empezar la tarea de hacer recordar al padre de su cliente. Empezará por el principio. Adele se lo acaba de decir, I Will always love you, siempre te querré. Dice la canción que ese amor es con quien uno se siente niño, se siente en casa, se siente joven, se siente valiente. Madison cierra su carpeta y da por concluida la jornada. Tras hablar con su cliente para formularle las preguntas oportunas, decide que mañana mismo irá a ver a este hombre que lo ha olvidado casi todo.

 

-   “Ese sonido, sí, ese clic, el de las tijeras de coser, que se dejan sobre una mesa. Mi madre cosía, todas las tardes, hacía ropa para bebé. Y cuando paraba de coser, decía “venga, vamos, a merendar”. Lo recuerdo perfectamente. ¡Qué alegría!

 

Madison, una vez más, ha dado con la clave del asunto.

 

 




Claro de luna

- ¡Me tenéis frito!- grita el director de la orquesta.  El ensayo no fluye, pese a que empezaron a afinar los instrumentos recién estrenada ...