EL SONIDO DE LAS TIJERAS
El detective Madison tiene un
encargo. Ha recibido de un cliente un trabajo. El padre de este cliente ha
perdido la memoria, la capacidad de recordar. Conserva el oído, la vista, el
tacto, el olfato, pero no recuerda nada de lo visto o sentido en el pasado,
nada de lo vivido. Cuando intenta responder a una pregunta sobre su pasado,
comienza la frase y se detiene, se queda parado, no recuerda lo que iba a
decir.
Este hombre no recuerda sus
recuerdos, no sabe, no encuentra la llave que abre las memorias de su vida.
El cliente quiere que su padre
recuerde. Quiere, más que nada, que recuerde, en concreto, lo mucho que este hombre
quiso, pues siempre fue un hombre cariñoso y amable, muy afectuoso.
Para hacerle recordar, el detective
Madison tiene que investigar quienes fueron aquéllos a los que este hombre
quiso más. Así Madison hace una lista de posibles amores. Empieza por los lazos
de sangre. Aparecen el padre, la madre, el hijo, hija, abuelo, abuela. Madison
va desplegando sobre la mesa de su oficina un auténtico árbol genealógico.
Después, añade amigos, compañeros de trabajo, maestros, novias, o novios, su
mujer, o sus amantes. El árbol se convierte en un bosque. Cada persona querida
es como una rama, de donde nacen las hojas, los encuentros, ramas con hojas que
brotan, permanecen y, con el tiempo, quizá, caen al suelo o, lo que es parecido,
en el olvido.
En la oficina, el detective Madison
pone música para concentrarse. Hoy suena Adele. El detective lleva casi una
hora fijando su estrategia de trabajo, decidiendo por donde comenzar su
investigación. Una vez descubiertas las ramas de los amores de este hombre, Madison
buscará esa llave que pueda abrir la caja de su recuerdo. No será fácil, pues con
esa clave, que no sabe todavía cuál es ni cómo llegar a descubrirla, tiene que conseguir
hacer volver todo un mundo de emociones.
Adele sigue cantando. La voz es
magnífica, las letras, fabulosas. La mujer que canta se siente abandonada, y
ese sentimiento la inspira. Canta como si llorara al público. Se lamenta
continuamente, porque, por lo que parece, la han dejado. La vida es así, el
amor se va, cierra la puerta y se va, y tú ahí te quedas. Sólo una canción
tiene un tono amable, del tono del amor que vuelve, sí, del amor que vuelve
siempre, al que siempre se vuelve, a pesar de todo y contradictoriamente.
Madison no es hombre de perder el
tiempo, siempre va directo al grano. Decide de un plumazo por donde va a empezar
la tarea de hacer recordar al padre de su cliente. Empezará por el principio.
Adele se lo acaba de decir, I Will always love you, siempre te querré. Dice
la canción que ese amor es con quien uno se siente niño, se siente en casa, se
siente joven, se siente valiente. Madison cierra su carpeta y da por concluida
la jornada. Tras hablar con su cliente para formularle las preguntas oportunas,
decide que mañana mismo irá a ver a este hombre que lo ha olvidado casi todo.
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“Ese sonido, sí, ese clic, el de las tijeras de
coser, que se dejan sobre una mesa. Mi madre cosía, todas las tardes, hacía
ropa para bebé. Y cuando paraba de coser, decía “venga, vamos, a merendar”. Lo
recuerdo perfectamente. ¡Qué alegría!
Madison, una vez más, ha dado con
la clave del asunto.